Por Verónica Diez
A propósito del libro: Conversaciones con Jorge Fukerlman
Durante algunos años, Jorge Fukelman nos abrió generosamente las puertas de su consultorio. Allí íbamos a estudiar, supervisar, charlar o a experimentar algunos de esos silencios incómodos que él sabía bien escuchar y sostener.
Después de un tiempo de participar de esos encuentros, nos dimos cuenta de que había que soltar cualquier pretensión de atrapar aquello que allí se decía. Su transmisión no consistía en repetir un saber de biblioteca, no porque no lo poseyera, al contrario, contaba con una nutrida selección de libros, a la que se sumaba su propia elegancia intelectual. Pero no sólo se trataba de tener los libros sino de encontrar en ellos eso mismo que él encontraba, situación para nada evidente. Su transmisión no pasaba por ecos de un saber establecido sino por un modo original de leer.
Lectura de la teoría, de la clínica, de la época que daba cuenta de un pensamiento en nombre propio. Una lectura que abría puertas que de repente se cerraban. Como toda experiencia de lo fugaz, que deja la sensación paradojal del encuentro y la pérdida. El abría las puertas para ir a jugar a su consultorio, pero también para que nos la jugáramos en el nuestro.
Recuerdo que una vez nos encontramos casualmente en el intervalo de un concierto de Keith Jarret. Su comentario sobre la ejecución del artista fue que a él le gustaría poder improvisar en su consultorio de la misma forma que Jarret lo había hecho con su piano. Ciertamente, una delicadeza que no faltaba en ninguna de las intervenciones de Jorge: una combinatoria creativa y singular de elementos mínimos que resonaban en quien los escuchaba.
Creo que no exageramos al afirmar que él sabía servirse del lenguaje no para representar sino para transformar el mundo, al menos el mundo de aquellos niñitos y no tanto, que de un modo u otro, tuvimos la suerte de encontrarnos con él.
El libro que nos acercan Paula Gainza y Miguel Lares tiene esa generosa característisca, la de abrirnos la puerta a las conversaciones que mantuvieron con Jorge Fukelman en el último año de su vida. Por eso, mi enorme agradecimiento primero a Jorge, aunque él lamentablemente ya no esté para recibirlo, y luego a Miguel y a Paula por habernos dejado entrar a estas charlas que nos ofrecen la ocasión de hacer “como si” pudiésemos estar un rato más con él.
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