Por Lidia Alazraqui
Disertación en la presentación del libro en la Biblioteca Nacional, el 17 de septiembre de 2011
Me referiré, como lectora del libro “Conversaciones con Jorge Fukelman” realizado por Paula M. de Gainza y Miguel Jorge Lares a este como un encuentro entre tres que produce un despliegue a partir de algunas líneas temáticas, que a su vez son un comienzo renovado para cada lector. Esto porque no encontramos en él axiomas ni cierres apresurados. En las preguntas, que a veces son condensadas exposiciones, se despliega un saber pertinente para cernir los conceptos necesarios para la interlocución, acerca de la teoría y la clínica. Lo que en el libro aparece formalmente como respuestas de Jorge Fukelman, son a su vez aperturas que dejan entrever el espacio complejo y singularizado de una práctica que cuenta con una teoría. Con un punto de partida: el propio análisis, cuyos efectos no cesan, retomados en todas las actividades inherentes a una formación, que tampoco parece cesar cuando ese analista es a su vez abordado como productor de transmisión del psicoanálisis.
Es de agradecer, cuando a menudo nos vemos sumergidos en textos que sostienen la función de la falta pero no la vemos circular sino como suprimida, ahogada en saberes.
Paula de Gainza nos propone considerar la “repetición dogmática de saberes como anuncio de la muerte del psicoanálisis” que entiendo como un reclamo de transmisión a través de un analista atravesado por su propio inconciente y por el concepto de inconciente.
Otra repuesta posible, desligarse del soporte teórico y extender el campo de lo inefable es un poderoso sostén para las políticas que gestan los manuales que coagulan los criterios de diagnóstico y estadística, los DSM actualizados. Ofreciendo, ante las vacilaciones propias de la hiancia entre saber y verdad donde el psicoanálisis circula y produce, las seguridades de un positivismo amparado en postulados científicos, alejados, sin embargo, de todo pensamiento científico.
ALGUNOS PUNTOS:
Transmisión: Enseñanza y transmisión
Enseñanza: se trata de conceptos enunciados, el cuerpo teórico puede ser enunciado. Lacan habla de la estructura del análisis que puede ser enteramente accesible a la comunidad científica, Freud así la constituyó.
En cuanto a la transmisión, hace falta un psicoanalista, hablar desde un análisis. Fukelman propone que los efectos que a veces aparecen en un análisis dependen en gran medida de lo que falta en una práctica, de lo que quizá no puede ser pensado, pero sí articulado. Lacan se refiere a esto y lo llama condición del análisis, dice que “el verdadero trabajo en él está escondido” por naturaleza. Fukelman vincula la presencia del analista con la mostración, pero el otro soporte, dado por el cuerpo teórico, tiene el poder de permitir un trabajo sobre una base estructural. No podría renunciarse a ninguno de ambos.
Cuando Fukelman nos recuerda la postura de Freud, en el “Malestar en la Cultura”, donde ubica al psicoanálisis y a la droga como salidas para el malestar, sin optar ni recomendar uno u otro, recuerda al Freud sumergido en los callejones de la reacción terapéutica negativa y aún así diciendo que el analista no debe ceder a su inclinación a conseguir el bien del paciente, sino que está ahí para hacer hablar algo en el sujeto. Terreno ético del psicoanálisis, que marca tanto sus obstáculos como sus atravesamientos.
El relativo al juego es un capítulo central del libro, que concierne a todos: niños, padres, analistas. Miguel Lares lo hace arrancar a través de plantear el síntoma en el niño. La respuesta pone de relieve y de entrada, el juego, el síntoma, ligado a lo reprimido de los padres en el cuerpo del niño, pero no solo eso sino una condición: que no pueda jugar con eso. Allí se hace referencia a Pascal Quignard, a la música en el campo de concentración que este menciona en su libro “El odio a la música”. En ese momento habla de escuchar ritmos y cadencias, todo aquello que no puede estar significado pero puede escucharse, aun con la dificultad que supone el concepto de lalangue lacaniana, en ese cruce que reúne el goce y lo imposible de decir.
El niño demanda jugar, y ese juego debe ser sancionado por alguien como tal.
En el capítulo sobre Historicidad y estructura las preguntas se orientan hacia el tema de la declinación del padre. Fukelman se inclina a considerar más bien la declinación de los aparatos simbólicos que permiten que un sujeto pueda dirigirse a alguien cuando una demanda se instala. Aquí nos encontramos con algo que tiene que ver con lo público y lo privado, que es abordado en el campo del psicoanálisis, fuera de conceptos sociológicos pero no fuera de tomar en cuenta la presión y los efectos de las instancias sociales. La ciencia y el capitalismo, en sí mismos sostienen sistemas delirantes, adaptados a la realidad de las cosas que suceden, o sea, aparentemente cuerdos.
Los tres interlocutores presentes en este libro parecen compartir el criterio de que, como psicoanalistas, no están exentos sino comprometidos a poner, como se pueda, el psicoanálisis como instrumento para atender los requerimientos que para un sujeto representa el estar expuestos al cruce entre la gran historia y la pequeña historia. En este sentido van las preguntas y las respuestas. Por eso desfilan allí tanto los fenómenos del nazismo como la última dictadura que soportó nuestro país. Esto tiene que ver también con la declinación de los aparatos simbólicos, que trae aparejado el surgimiento creciente de ofertas para que esta falla sea rellenada con la desaparición del síntoma por vías medicamentosas y/o la de proporcionar toda clase de objetos que se espera sirvan para el mismo fin, con el despliegue tecnológico correspondiente.
Termino con una referencia al sentido común, que se nos reclama con frecuencia. No cito a un psicoanalista sino a un escritor, John Berger: en su libro “Un hombre Afortunado”, presenta a un médico de pueblo en su relación con la gente del lugar. Estos dependen del sentido común, este médico no.
“Se suele creer que el sentido común es práctico, pero solo a corto plazo. A largo plazo es pasivo, porque está basado en la visión periclitada de lo posible. Cuando sus proposiciones devienen tradicionales adquieren la misteriosa autoridad de los oráculos, de ahí el fuerte elemento de superstición presente en el sentido común práctico”.
“El sentido común es la ideología doméstica de aquellos a quienes se ha mantenido en la ignorancia, fuera de enseñanzas fundamentales. El sentido común no aprende, pues en cuanto se corrige la carencia de estas enseñanzas su función termina por desaparecer”.
La idea que me ha transmitido este libro de Paula de Gainza y Miguel Leres, con la humildad de poner de relieve una voz que ellos autorizan al reconocerla y transmitirla, es la de la relativa libertad que tiene un lector para continuar el texto, si así lo desea, y como psicoanalista, me ha alegrado encontrar a otros que siguen en la brecha.
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