Por Marcelo Izaguirre
A propósito de Conversaciones con Jorge Fukelman Psicoanálisis: juego e infancia de Paula M. de Gainza y Miguel Lares Lumen, 2011.
En general un libro se comienza a leer por el principio, aunque es sabido que Macedonio Fernández tenía sus simpatías por el lector salteado. El libro de las Conversaciones con Jorge Fukelman, que llevaron adelante Paula M. de Gainza y Miguel J. Lares, debe comenzar a leerse por el final, su última página más precisamente, que ya no forma parte del libro sino que opera como un paratexto, donde los autores informan que el diálogo se había desarrollado entre enero y octubre del año 2010 y que, luego de su revisión, Jorge Fukelman había prestado su conformidad para que esas conversaciones fueran otra cosa que unas “gratas tardes charlando”. E informan, inmediatamente, que el interlocutor falleció al mes de su asentimiento para la edición. Acontecimiento que transformaría al libro en un documento particular. Nacido del deseo, deseo de un par de psicoanalistas de dejar por escrito las palabras de un psicoanalista que se dedicó a formar a otros psicoanalistas (varios), pero del que, curiosamente, aunque sin duda por una elección suya, no abundan escritos (salvo un par en la revistaConjetural y algunos pocos más por otras publicaciones, que en general, fueron recogidas de intervenciones orales suyas). Su predilección por la transmisión oral lo equipara con Raúl Sciarreta, pero a diferencia de él, Fukelman tenía una extensa práctica en el ámbito del psicoanálisis.
La falta de predilección por la escritura quizás se debía a algún acuerdo con aquel español que afirmaba, al responder a un viejo adagio latino, que si bien es cierto que a las palabras se las lleva el viento y lo escrito queda, se trata de ver adónde es que se lleva el viento las palabras y dónde es que lo escrito queda. Respondiendo a esa descripción, estos dos “discípulos” de Fukelman han querido darle el mejor destino a las palabras recogidas en el curso de una enseñanza. Con un objetivo plenamente cumplido, donde no se trata de una clase magistral del psicoanalista recogida por el grabador, sino del intercambio dialéctico en el cual se despliega un estilo coloquial en correspondencia con el título.
Quien llegue distraído al encuentro de este libro puede caer en el equívoco de que se tratará de una lectura veloz. Para salir de él, rápidamente, encontrará que el trabajo de los interlocutores de Fukelman no hace las cosas tan sencillas. Los escolios, que tomaron forma al final de algunos capítulos, nos hacen saber que allí se condensan, en pocas páginas, multiplicidad de temas; que no sólo aluden a algunos conceptos lacanianos o freudianos siempre complejos, como la idea aquella de que el significante no es el sujeto, apenas lo representa y que en esa representación, justamente, desaparece; o, la función de pantalla del juego para proteger del vacío. También recogen en una apretada síntesis, que da cuenta de la complejidad, disertaciones públicas del psicoanalista entre los años 1991 y 2007, sin dejar de aludir a temas políticos y sociales que han tenido su incidencia en nuestro país.
Uno de los capítulos, titulado psicoanálisis y transmisión, es una muestra del estilo: comienza con un comentario de uno de los autores, M. Lares, recorriendo diferentes momentos del psicoanálisis vinculado con los grupos, y diferentes instituciones (no hay que olvidar, acorde con lo afirmado por Freud en Psicología de las masas, que no hay yo sin el otro, por tanto, parafraseando, no hay psicoanálisis sin instituciones). El entrevistador alude a las condiciones de formación, el análisis personal, el corpus teórico y cierto estilo artesanal ligado a la transmisión, para cuya explicación recurre a un ejemplo que recuerda al que daba Octave Mannoni: la teoría física explica como es posible que se sostenga alguien en la bicicleta, pero no enseña a andar en bicicleta. Tampoco, como es sabido, enseñarle a alguien la teoría de los colores lo transforma en pintor. La respuesta de Fukelman se dirige en esa orientación, en tanto afirma que parte de la experiencia de advertir qué ha estado haciendo en su práctica. Lo que no implica, e insiste en ello, la enseñanza de un cuerpo teórico.
Otro capítulo, quizás uno de los más logrados desde la perspectiva de la transmisión, es el tercero. Con el estilo que evoca una clase amena, Fukelman afirma que la referencia a la lógica es para dar cuenta de la relación entre una proposición y la existencia de aquello a lo que la proposición se refiere. Y, deja claro, que el uso que de ella hacía Lacan era para sacarse de la cabeza la idea de que los dichos en transferencia tengan como referencia el “papá” o la “mamá” en el análisis. Aunque el análisis con niños está presente en este capítulo, y atraviesa todo el libro, si alguien supone que esas afirmaciones son realizadas por su práctica con niños no dejara de extraviarse. Pues ello significa que no debe caerse en esos lugares comunes de encontrar el referente, sino de practicar el análisis lógico de los dichos, lo que va a conducir a tomar en cuenta el goce. O sea que de la lógica se pasa al goce, y ello implica tener en cuenta el goce propio del cuerpo vivo. Ponderar el tema en ese punto, implica la puesta en acto de la diferencia con la “conversación rortyana”. Para situar dicho goce, dirá Fukelman, Lacan parte de los parámetros de privación, frustración, castración. Y, en tal sentido, resulta interesante el modo en que confronta un tema de la “última enseñanza” de Lacan con los comienzos de la misma. Es lo que ocurre, también, cuando alude a las experiencias que están realizando en Estados Unidos en la cual ponen a manejar computadoras a niños autistas en las cuales los chicos utilizan la tercera persona. Lo que no han podido hacer, afirma, es tematizar quién habla allí. Como es sabido, era la pregunta que formulaba Lacan desde la presentación de su esquema lambda. Y antes también, en su informe de Roma.
Otro tema de actualidad planteado en ese apartado es el de las marcas, para lo que remite a la novelaAmerican psycho, donde no sólo se trata de las marcas al estilo de no-logo de Klein sino a las marcas en el cuerpo, lo que no se debe dejar de lado –reitera- cuando se habla del goce. Sobre el final del mismo insiste en sacar de la mente del lector la idea de los personajes. Para ello, en el análisis con niños, su práctica específica, recurre al ejemplo del juego ya que este ilustra el modo en que se ubica la niñez, y “los personajes de la realidad” serán un resultado de lo que se juega en esos encuentros. Para concluir de manera terminante: “Una vez que esos encuentros están instalados, no se trata de que el papá o la mamá condicionan el juego, sino más bien que el juego condiciona a los personajes”. No podría hacerse una mejor caracterización del poder constitutivo de un sujeto del análisis, que pueda ir más allá de la familia.
Entiendo que estas Conversaciones adquieren una importancia fundamental, desde ya, para los practicantes del psicoanálisis con niños, pero también, como se dijo, para aquellos interesados en la transmisión del psicoanálisis en general, y en particular, en los detalles de la historia del lacanismo en la Argentina. Ya que la “discreción” de Fukelman, epíteto que usa Jorge Jinkis para hablar de su amigo, y su reticencia a escribir, lo mantuvo siempre en un segundo plano aunque su importancia no fue menor. Formado en los inicios junto al Dr. Rolla, como todos los psicoanalistas que entendían que la clínica no podía ser pensada sino en relación con la cultura, tuvo un encuentro a comienzos de los años sesenta con Enrique Pichon Rivière, que lo conduciría, como a tantos otros allegados a éste, al encuentro con Oscar Masotta y al estudio de la obra de Jacques Lacan. Eso lo ubicó, entre otras consecuencias, como el impulsor de la creación en el año 1972, de la primera institución “lacaniana” para atender niños psicóticos, “El lugar”, que luego sería la sede de la escuela fundada por Masotta. Más allá de los resultados, que sirvieron para poner de manifiesto cierta impotencia en los resultados, al decir de alguno de sus acompañantes en esa experiencia, no puede dejar de destacarse el gesto audaz del desafío que fue la misma. También fue el impulsor, a partir de la cátedra de Psicopatología de la Facultad de Psicología, de la invitación a Oscar Masotta a presentar dos clases que luego serían publicadas en los cuadernos Sigmund Freud. Había comenzado, en los años sesenta, el estudio de Lacan con el primer grupo que había iniciado las cosas; es decir, fue uno de los impulsores de los primeros estudios lacanianos en la Argentina. Se alude a la relevancia de esos actos en estas conversaciones, aunque sin demasiados detalles, seguramente por la discreción mencionada. Fukelman da datos de su formación e indica las razones por las cuales no acompañó, con su firma, la fundación de la Escuela fundada por Masotta en el año 1974. Refiere su papel en la institución para la atención de los niños, y su incorporación al estudio de aquel primer grupo (del cual perduraría su amistad con Jorge Jinkis y algunos otros), sin aludir a la cantidad de psicoanalistas deudores de su enseñanza.
Hay que dejar claro, de todas maneras, que la reticencia y discreción de Fukelman no implican debilidad alguna, como lo demuestran las afirmaciones finales de las conversaciones, donde deja una afirmación contundente, en línea con la crítica de Freud al furor sanandi de Sandor Ferenczi o la crítica de Lacan a los “psicólogos del yo” en la Dirección de la Cura, que deviene en lo incurable. Afirmaciones a las que no faltaran quienes se apresuren a salirle al cruce, desde cualquiera de las posiciones mencionadas o, desde el siempre infaltable buen sentido “samaritano”: “no se puede decir que el psicoanálisis sirve para aliviar el sufrimiento. Podrá servir, en todo caso, para situarse de otro modo, para que se sufra de otra manera, para que se tome nota de que allí, donde se sufre, sucede algo más…”. Los tres puntos que dejan como final del libro los autores es, seguramente, el intento de mostrar el estilo de enseñanza y transmisión de Fukelman, o sea, que cada lector o, para ser más precisos cada analizante, de cuenta de ese algo más que sucede con el sufrimiento a partir de su análisis.
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