martes, 22 de noviembre de 2011

Desplazamiento de lecturas


Por Marcelo Izaguirre
 

Somos lo que hemos leído, decía Borges. De allí el título, en el sentido que uno no hace más que ir de lectura en lectura. Aunque muchas veces sabemos cosas que no hemos leído, sino que hemos oído en una conversación. Y estas conversaciones que hoy nos convocan, además de hacer referencia a la práctica clínica, también hablan de las lecturas de Jorge Fukelman (y, vale decirlo, de las de Paula de Gainza y Miguel Lares) que sirven para evocar el campo de nuestra ignorancia. Años atrás escuché a Ricardo Piglia hablando de Manuel Puig. Comentaba que para escribir, Puig, tomó por ejemplo el Ulyses de Joyce, miró el libro y dijo, así está armado este libro. Siguiendo ese modelo se le ocurrió escribir Boquitas pintadas. Sobre el final de este libro, el entrevistado, alude a Georges Perec, y los entrevistadores informan en nota a pie de página (descuento que los pies de página son de ellos) que fue uno de los escritores más importantes de la literatura francesa del siglo XX (de la corriente llamada noveau roman). Y expresa Fukelman que él solía comentar un libro de Perec, donde dice “este libro está armado de este modo”. O sea, a mi me sirvió la lectura de estas conversaciones para enterarme, una vez más, de la afirmación de Macedonio Fernández, de que lo que tenía para decir era absolutamente original, que nadie lo había encontrado antes que él en otro lugar. Lo que Piglia decía de Puig, parece que Perec lo había dicho también, no sé referido a qué.

Luego he leído algo que quizás no sea una novedad absoluta: Fukelman señala que Lacan pensaba algo diferente respecto a la transmisión del psicoanálisis de lo que pensaba Freud. Pero respecto a la transmisión misma agrega algo interesante: que pensaba una cosa al comienzo y otra al final. Lo cual da lugar al pasaje de un cierto optimismo a un marcado pesimismo, pasaje que se produce en torno a la transmisión y también en relación con la clínica.

Señala, además, que para la transmisión se requiere de alguien dedicado al psicoanálisis. Y esto en términos de psicoanálisis me parece fundamental. Hace varios años critiqué la posición de un psicoanalista argentino, que decía que la transmisión se hacía por los textos. Él lo hacía para restar valor a la figura de Oscar Masotta como responsable de la enseñanza de Lacan en la Argentina. Me parece que esta afirmación de Fukelman, no deja lugar a dudas. No hay posibilidad de pensar el psicoanálisis, su transmisión, sin la figura del que transmite. Y en relación con ese tema creo que los autores coincidirían plenamente ya que reconocen en Fukelman a ese “alguien dedicado al psicoanálisis” para su transmisión. Como diría Jacques Ranciere en El maestro ignorante: “siempre nos instruimos escuchando a un hombre hablar”. Esa práctica de la sofistiquería, aludida por Masotta, fue llevada adelante por Fukelman y estos “alumnos”, al margen de las instituciones, son una prueba de ello, quizás bajo la idea que plantea Ranciére: “Un profesor no es más ni menos inteligente que otro hombre y presenta generalmente una gran cantidad de hechos para la observación del buscador. Y nunca ningún partido ni ningún gobierno, ningún ejército, ninguna escuela ni ninguna institución emancipará a persona alguna”.

El tema del optimismo/pesimismo del que había hablado respecto a la transmisión, reaparece cuando habla del goce sexual. Allí reitera que Freud era más optimista que Lacan en esa perspectiva. Que, así como al escribir el Malestar en la cultura Freud era pesimista, con relación a la satisfacción sexual era más optimista. Recordemos que cuando escribe el malestar en la cultura, Freud está discutiendo la posibilidad de acceder a una sociedad más justa, en la cual hubieran desaparecido los odios a partir de la equiparación o, cierta superación de la injusticia social. La conclusión pesimista de Freud era que no había lugar para la felicidad en la vida social, ya que esta era sólo un instante. En tanto que tenía cierta idea de que la gente podía llegar a mantener una vida sexual más o menos armoniosa con su pareja. Es famoso que se lo acusaba a Freud como casamentero: el caso más curioso sucedió con un discípulo suyo, Sandor Ferenczi. De todas maneras, no sé si Lacan era tan pesimista respecto a la satisfacción sexual, quiero decir, si tomamos la última producción en relación con el goce parece que allí se le podría atribuir la idea que en términos de satisfacción pulsional el sujeto siempre es feliz.

El capítulo cuatro lo denominan la falta puesta en juego (también descuento que los títulos de los diferentes apartados fueron una elección de los entrevistadores). Y esa falta está puesta en acto de entrada, allí mismo, cuando Fukelman dice que estuvo un poco exagerado, taxativo es la palabra que usa, al afirmar poco antes que los padres son un efecto del tratamiento. En ese sentido podría decirse que Fukelman aparece allí más como freudiano que como lacaniano, en el sentido que cuando leemos a Freud encontramos que durante toda su obra está corrigiendo posiciones anteriores y nos informa de ello, pero Lacan cuando ha cambiado de vía no nos dice nada.

Luego dirá que otra cosa a la que se había hecho referencia son las cuestiones sobre las que nada se sabía, hasta que “el psicoanálisis vino a meter las narices”. Lo que recuerda aquella afirmación de Borges de que los niños estaban todos bien, hasta la llegada de Freud y que, a partir de entonces, todos tenían problemas.

Es en relación con los niños que, en uno de los escolios, afirma tomar partido por la tesis de P. Aries respecto a la vida de los niños en la antigüedad y a partir de la revolución francesa. En verdad, creo que habría que matizar la verdad de Aries y que eso siempre depende, como hemos visto, de la lectura. Sin duda que un niño no es lo mismo a partir de la irrupción de la escuela primaria y su alojamiento allí, pero decir como hace Aries que el niño no tenía presencia en la antigüedad es algo que un psicoanalista inglés, Lloyd de Mause, ha discutido en otra historia referida a la infancia.

En el mismo escolio ha planteado algo con lo cual resulta más fácil acordar: no se deben plantear las cosas en términos de ser, ya que ello implicaría ubicar un lugar de saber acerca del sexo. Y, sabemos, el riesgo que se corre de deslizarse rápidamente del psicoanálisis a una erotología, donde se cree que se le puede enseñar a la gente como arreglárselas con su sexualidad. Recuerdo que Masotta decía que el psicoanálisis no era una erótica, que no se trata de explicar nada sobre el sexo, sino que al psicoanálisis le interesa la posición del sujeto frente al sexo (“Como lacanianos, no buscamos un saber sobre la sexualidad, sino la relación del saber con la sexualidad”). El analista no será el que sabe algo y el paciente no sabe nada sobre la sexualidad. La que siempre será más o menos incómoda, pero en la que cada cual se las arreglará como pueda. Fukelman lo dice de una manera contundente: “prueben decirle a un adolescente o a un chico cómo tiene que ser con la sexualidad y no tengan dudas que lograran potenciar e incrementar aquello por lo que fueron consultados”.

Ante una pregunta de Paula de Gainza, uno de los entrevistadores, sobre la precocidad y agravamiento de algunos síntomas, a pesar de que dice que no atiende el grupo de gente al cual se refiere la pregunta, Fukelman afirma algo que comprende a todos los sectores sociales cuando nos referimos a los padres de los adolescentes: los padres no saben qué hacer con ellos. Y ha respondido a los que consultan, ante ese no saber qué hacer, que lo que hay que hacer siempre depende de lo que le interese. Si le interesa haga algo, sino aplique el laissez faire, el famoso dejar hacer.

Finalmente hay un punto en el cual Fukelman habla de algo en lo cual tenía mucha experiencia, ya que alude a su trabajo en otros tiempos con chicos psicóticos en el Lugar, una institución que había armado con un grupo de amigos lacanianos en los comienzos. Al referirse a los chicos con problemas, dirá que a veces fallan los resortes simbólicos cuando el chico grita, por eso cuando un padre o madre dice que el chico le grita, Fukelman siempre interroga a quién le grita, ya que una cosa es que le grite a lo simbólico y muy distinto cuando le grita a lo real. Ya que en general, lo real no responde. Esta afirmación me hizo tener presente una experiencia personal: en el pasillo de un edificio, hay un chico con características particulares y siempre se escucha, al pasar uno o él por los pasillos, que el chico grita pero a pesar de los esfuerzos del padre, nunca hay nadie que responda.

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