Por Cynthia Eva Szewach
Gratas tardes charlando tomaron forma de libro.
Leemos. Lectura de sorbos, de saltos, a veces en continuidad placentera.
Otras, nos encuentra deteniéndonos en las distintas complejidades, practicadas en términos aparentemente sencillos, pausados, hilados cuidadosamente.
A veces andamos sin rumbo prefijado, guiados por el ritmo que propicia una libertad asociativa.
Recibimos el recorrido que con generosidad proponen quienes hablan/escriben, escriben/dicen.
A veces podemos oler el café servido en ceremonia atenta para la obertura a la reunión, que palpamos en el texto.
Ambicionamos como lectores agregarnos al terceto reunido zapando entre anacrusas y resonancias y reflexiones muy trabajadas. Nos sorprenden al leer solfeando con las manos.
Imaginamos, por otra parte, que las palabras han sido escuchadas una y otra vez, y luego, encontradas en el papel.
Que no se pierda la voz.
Se desafía en el texto lo irremediablemente perdido y, sin embargo es desde aquella morada, desde donde se hace pasar esa voz.
La pérdida es la de la marca, nos va diciendo Jorge Fukelman, en sus temas, que las charlas van situando: el cuerpo, la imagen, el espejo, el laleo, el cuadro, la ausencia…
No se trata de transformarlo en escrito sino decir que se está escribiendo.
Conversaciones, un arte. El diálogo, una disponibilidad que campea lo imposible. Preguntas, un desprendimiento. Paula de Gainza y Miguel Lares, (les estamos agradecidos), ingresan en las tres dimensiones, mientras saben que lo que se está produciendo es un enlace de viajantes que testimoniaran su travesía y que legarán al psicoanálisis su bitácora. Un testimonio del eslabón que Jorge Fukelman, establece en la historia del psicoanálisis en Argentina y en especial en la práctica con niños.
Al mismo tiempo, los autores susurran entre paréntesis para quien quiera oír o quiera detener su paso en estaciones que despejen o acentúen un concepto, un minucioso trabajo de la nota que hace pie.
Como siempre, Jorge Fukelman, hace pasar sus vastas lecturas, por su decir personal, hace de la cita un festín propio. Si bien la pregunta acerca de la existencia de un analista, no se elude (¿existe un analista?), acentúa como siempre que lo que se produzca lo que se interrogue, se dirá desde lo que está en el analista. No gambetea jamás la pregunta por el cuerpo, por la fantasía y por el goce. Incluye siempre lo que le atañe, esa palabra que tanto insiste en su hablar.
Leemos, aquello que se escribe de lo que se escucha.
Así como también leemos el valor de deletrear en esa escucha lo que el niño “Tratará de leer con su cuerpo” y “El cuerpo como comentador de las letras parentales reprimidas”
La digresión y el desvío como puesta en acto del inconsciente. El silencio, la pausa, el semi-decir, la metáfora, como puesta en acto de la falta puesta en juego.
Sus intereses y su política abrevan en el barro de la práctica analítica misma, las preocupaciones por sus pacientes y lo que del día le cuenta al día.
El compromiso con la época, las figuras de exclusión y segregación de su tiempo, los momentos por el que atraviesa la cultura y en especial los efectos que portamos de la historia que atravesó nuestro país, son plasmados en las respuestas una y otra vez.
Escudriñar lo singular, lo de cada uno, y en tono de respeto amable, no es jerga en su pluma oral. Es una ética practicada.
Lo perecedero interrumpió una palabra. Pero el libro “Conversaciones con Jorge Fukelman”, como diría Juarroz, es uno de esos momentos, en los que el hilo de la ausencia no deshace el tejido.
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